lunes, 24 de agosto de 2009

a todos LOS LECTORES... FELIZ DIA:

Roberto Fontanarrosa: "Puto el que lee esto"
Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora.Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribió eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del baño, hubiera decidido continuar con su relato, ahí me hubiese tenido a mí como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulzón ni un demagogo. "Puto el que lee esto", y a otra cosa. Si te gusta bien y si no también, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete. Hablan de aquel famoso comienzo de Cien años de soledad, la novelita rococó del gran Gabo. "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..." Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontré en un baño público, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un taller literario o de un cenáculo de escritores pajeros que se la pasan hablando de Ross Macdonald.Ojalá se me hubiese ocurrido a mí un comienzo semejante. Ese es el golpe que necesita un lector para quedar inmovilizado. Un buen patadón en los huevos que le quite el aliento y lo paralice. Ahí tenés, escapate ahora, dejá el libro y abandoname si podés.No me muevo bajo la influencia de consejos de maricones como Joyce o el inútil de Tolstoi. Yo sigo la línea marcada por un grande, Carlos Monzón, el fantástico campeón de los medio medianos. Pumba y a la lona. Paf... el piñazo en medio de la jeta y hombre al suelo. Carlitos lo decía claramente, con esa forma tan clara que tenía para hablar. "Para mí el rival es un tipo que le quiere sacar el pan de la boca a mis hijos." Y a un hijo de puta que pretenda eso hay que matarlo, estoy de acuerdo.El lector no es mi amigo. El lector es alguien que les debe comprar el pan a mis hijos leyendo mis libros. Así de simple. Todo lo demás es cartón pintado. Entonces no se puede admitir que alguien comience a leer un libro escrito por uno y lo abandone. O que lo hojee en una librería, lea el comienzo, lo cierre y se vaya como el más perfecto de los cobardes. Allí tiene que quedar atrapado, preso, pegoteado. "Puto el que lee esto." Que sienta un golpe en el pecho y se dé por aludido, si tiene dignidad y algo de virilidad en los cojones."Es un golpe bajo", dirá algún crítico amanerado, de esos que gustan de Graham Greene o Kundera, de los que se masturban con Marguerite Yourcenar, de los que leen Paris Review y están suscriptos en Le Monde Diplomatique. ¡Sí, señor -les contesto-, es un golpe bajo! Y voy a pegarles uno, cien mil golpes bajos, para que me presten atención de una vez por todas. Hay millones de libros en los estantes, es increíble la cantidad alucinante de pelotudos que escriben hoy por hoy en el mundo y que se suman a los que ya han escrito y escribirán. Y los que han muerto, los cementerios están repletos de literatos. No se contentan con haber saturado sus épocas con sus cuentos, ensayos y novelas, no. Todos aspiraron a la posteridad, todos querían la gloria inmortal, todos nos dejaron los millones de libros repulsivos, polvorientos, descuajeringados, rotosos, encuadernados en telas apolilladas, con punteras de cuero, que aún joden y joden en los estantes de las librerías. Nadie decidió, modesto, incinerarse con sus escritos. Decir: "Me voy con rumbo a la quinta del Ñato y me llevo conmigo todo lo que escribía, no los molesto más con mi producción", no. Ahí están los libros de Molière, de Cervantes, de Mallea, de Corín Tellado, jodiendo, rompiendo las pelotas todavía en las mesas de saldos.Sabios eran los faraones que se enterraban con todo lo que tenían: sus perros, sus esposas, sus caballos, sus joyas, sus armas, sus pergaminos llenos de dibujos pelotudos, todo. Igual ejemplo deberían seguir los escritores cuando emprenden el camino hacia las dos dimensiones, a mirar los rabanitos desde abajo, otra buena frase por cierto. "Me voy, me muero, cagué la fruta -podría ser el postrer anhelo-. Que entierren conmigo mis escritos, mis apuntes, mis poemas, que total yo no estaré allí cuando alguien los recite en voz alta al final de una cena en los boliches." Que los quemen, qué tanto. Es lo que voy a hacer yo, téngalo por seguro, señor lector. Millones de libros, entonces, de escritores importantes y sesudos, de mediocres, tontos y banales, de señoras al pedo que decidían escribir sus consejos para cocinar, para hacer punto cruz, para enseñar cómo forrar una lata de bizcochos. Pelotudos mayores que dedicaron toda su vida, toda, al estudio exhaustivo de la vida de los caracoles, de los mamboretás, de los canguros, de los caballos enanos. Pensadores que creyeron que no podían abandonar este mundo sin dejar a las generaciones futuras su mensaje de luz y de esclarecimiento. Mecánicos dentales que supusieron urgente plasmar en un libro el porqué de la vital adhesividad de la pasta para las encías, señoras evolucionadas que pensaron que los niños no podrían llegar a desarrollarse sin leer cómo el gnomo Prilimplín vive en una estrella que cuelga de un sicomoro, historiadores que entienden imprescindible comunicar al mundo que el duque de La Rochefoucauld se hacía lavativas estomacales con agua alcanforada tres veces por día para aflojar el vientre, biólogos que se adentran tenazmente en la insondable vida del gusano de seda peruano, que cuando te descuidás te la agarra con la mano.Allí, a ese mar de palabras, adjetivos, verbos y ditirambos, señores, hay que lanzar el nuevo libro, el nuevo relato, la nueva novela que hemos escrito desde los redaños mismos de nuestros riñones. Allí, a ese interminable mar de volúmenes flacos y gordos, altos y bajos, duros y blandos, hay que arrojar el propio, esperando que sobreviva. Un naufragio de millones y millones de víctimas, manoteando desesperadamente en el oleaje, tratando de atraer la atención del lector desaprensivo, bobo, tarado, que gira en torno a una mesa de saldos o novedades con paso tardío, distraído, pasando apenas la yema de sus dedos innobles sobre la cubierta de los libros, cautivado aquí y allá por una tapa más luminosa, un título más acertado, una faja más prometedora. Finge. El lector finge. Finge erudición y, quizás, interés. Está atento, si es hombre, a la minita que en la mesa vecina hojea frívolamente el último best-seller, a la señora todavía pulposa que parece abismarse en una novedad de autoayuda. Si es mujer, a la faja con el comentario elogioso del gurú de turno. Si es niño, a la musiquita maricona que despide el libro apenas lo abre con sus deditos de enano.Y el libro está solo, feroz y despiadadamente solo entre los tres millones de libros que compiten con él para venderse. Sabe, con la sabiduría que le da la palabra escrita, que su tiempo es muy corto. Una semana, tal vez. Dos, con suerte. Después, si su reclamo no fue atractivo, si su oferta no resultó seductora, saldrá de la mesa exclusiva de las novedades VIP diríamos, para aterrizar en algún exhibidor alternativo, luego en algún estante olvidado, después en una mesa de saldos y por último, en el húmedo y oscuro depósito de la librería, nicho final para el intento fracasado. Ya vienen otros -le advierten-, vendete bien que ya vienen otros a reemplazarte, a sacarte del lugar, a empujarte hacia el filo de la mesa para que te caigas y te hagas mierda contra el piso alfombrado.No desaparecerá tu libro, sin embargo, no, tenelo por seguro. Sea como fuere, es un símbolo de la cultura, un icono de la erudición, vale por mil alpargatas, tiene mayor peso específico que una empanada, una corbata o una licuadora. Irá, eso sí, con otros millones, al depósito oscuro y maloliente de la librería. No te extrañe incluso que vuelva un día, como el hijo pródigo, a la misma editorial donde lo hicieron. Y quede allí, al igual que esos residuos radioactivos que deben pasar una eternidad bajo tierra, encerrados en cilindros de baquelita, teflón y plastilina para que no contaminen el ambiente, hasta que puedan convertirse en abono para las macetas de las casas solariegas.De última, reaparecerá de nuevo, Lázaro impreso, en la mano de algún boliviano indocumentado, junto a otros dos libros y una birome, como oferta por única vez y en carácter de exclusividad, a bordo de un ómnibus de línea o un tren suburbano, todo por el irrisorio precio de un peso. Entonces, caballeros, no esperen de mí una lucha limpia. No la esperen. Les voy a pegar abajo, mis amigos, debajo del cinturón, justo a los huevos, les voy a meter los dedos en los ojos y les voy a rozar con mi cabeza la herida abierta de la ceja."Puto el que lee esto."John Irving es una mentira, pero al menos no juega a ser repugnante como Bukowski ni atildadamente pederasta como James Baldwin. Y dice algo interesante uno de sus personajes por ahí, creo que en El mundo según Garp: "Por una sola cosa un lector continúa leyendo. Porque quiere saber cómo termina la historia". Buena, John, me gusta eso. Te están contando algo, querido lector, de eso se trata. Tu amigo Chiquito te está contando, por ejemplo en el club, cómo al imbécil de Ernesto le rompieron el culo a patadas cuando se puso pesado con la mujer de Rodríguez. Vos te tenés que ir, porque tenés que trabajar, porque dejaste la comida en el horno, o el auto mal estacionado, o porque tu propia mujer te va a armar un quilombo de órdago si de nuevo llegás tarde como la vez pasada. Pero te quedás, carajo. Te quedás porque si hay algo que tiene de bueno el sorete de Chiquito es que cuenta bien, cuenta como los dioses y ahora te está explicando cómo el boludo de Ernesto le rozaba las tetas a la mujer de Rodríguez cada vez que se inclinaba a servirle vino y él pensaba que Rodríguez no lo veía. No te podés ir a tu casa antes de que Chiquito termine con su relato, entendelo. Mirás el reloj como buen dominado que sos, le pedís a Chiquito que la haga corta, calculás que ya te habrá llevado el auto la grúa, que ya se te habrá carbonizado la comida en el horno, pero te quedás ahí porque querés eso que el maricón de John Irving decía con tanta gracia: querés saber cómo termina la historia, querido, eso querés.Entonces yo, que soy un literato, que he leído a más de un clásico, que he publicado más de tres libros, que escribo desde el fondo mismo de las pelotas, que me desgarro en cada narración, que estudio concienzudamente cómo se describe y cómo se lee, que me he quemado las pestañas releyendo a Ezra Pound, que puedo puntuar de memoria y con los ojos cerrados y en la oscuridad más pura un texto de setenta y ocho mil caracteres, que puedo dictaminar sin vacilación alguna cuándo me enfrento con un sujeto o con un predicado, yo, señores, premio Cinta de Plata 1989 al relato costumbrista, pese a todo, debo compartir cartel francés con cualquier boludo. Mi libro tendrá, como cualquier hijo de vecino, que zambullirse en las mesas de novedades junto a otros millones y millones de pares, junto al tratado ilustrado de cómo cultivar la calabaza y al horóscopo coreano de Sabrina Pérez, junto a las cien advertencias gastronómicas indispensables de Titina della Poronga y las memorias del actor iletrado que no puede hacer la O ni con el culo de un vaso, pero que se las contó a un periodista que le hace las veces de ghost writer. Y no estaré allí yo para ayudarlo, para decirle al lector pelotudo que recorre con su vista las cubiertas con un gesto de desdén obtuso en su carita: "Éste es el libro. Éste es el libro que debe comprar usted para que cambie su vida, caballero, para que se le abra el intelecto como una sandía, para que se ilustre, para que mejore su aliento de origen bucal, estimule su apetito sexual y se encame esta misma noche con esa potra soñada que nunca le ha dado bola".Y allí estará la frase, la que vale, la que pega. El derechazo letal del Negro Monzón en el entrecejo mismo del tano petulante, el trompadón insigne que sacude la cabeza hacia atrás y hacia adelante como perrito de taxi y un montón de gotitas de sudor, de agua y desinfectante que se desprenden del bocho de ese gringo que se cae como si lo hubiese reventado un rayo. "Puto el que lee esto." Aunque después el relato sea un cuentito de burros maricones como el de Platero y yo, con el Angelus que impregna todo de un color malva plañidero. Aunque la novela después sea la historia de un seminarista que vuelve del convento. Aunque el volumen sea después un recetario de cocina que incluya alimentos macrobióticos.No esperen, de mí, ética alguna. Sólo puedo prometerles, como el gran estadista, sangre, sudor y lágrimas en mis escritos. El apetito por más y la ansiedad por saber qué es lo que va a pasar. Porque digo que es puto el que lee esto y lo sostengo. Y paso a contarles por qué lo afirmo, por qué tengo autoridad para decirlo y por qué conozco tanto sobre su intimidad, amigo lector, mucho más de lo que usted nunca hubiese temido imaginar. Sí, a usted le digo. Al que sostiene este libro ahora y aquí, el que está temiendo, en suma, aparecer en el renglón siguiente con nombre y apellido. Nombre y apellido. Con todas las letras y hasta con el apodo. A usted le digo.
Ilustración: Carlos BesoainExtractado desde Página12

viernes, 12 de junio de 2009

Sobre el día del escritor

EL SENTIDO DE ESCRIBIR...
Muchos escritores se preguntan cuál es el sentido de escribir. Supongo que, como pensaba Horacio, el efímero lapso de una vida no alcanza para alimentar las ansias de inmortalidad y, acuñar en piedra una obra digna de la eternidad, contentaría el ego de cualquier artista. Sin embargo, no podemos pensar que todos los escritores son tan egocéntricos y muchos de ellos escriben simplemente por el placer de solazarse diciéndole al mundo lo que aman, lo que sienten, lo que viven. También habrá y hubo siempre los otros, los comprometidos como Sartre, que ansian defender ideologías y tienen la elevada ilusión de legar a la posteridad ideales virtuosos, defender a la patria y contribuir con la “pluma y la palabra”, como pretendía nuestro Sarmiento, a construir un mundo un poco mejor que el que habían heredado.

Lo cierto es que todos podemos escribir, si hemos logrado alfabetizarnos, pero no todos nos consideramos “escritores” y muy pocos aún son aquellos que la posteridad recordará. Por eso, hoy queremos recordar a todos ellos: a los que recordamos en nuestras lecturas cotidianas y a los que no, a los que enseñamos en las escuelas y a los que no, a los que consiguen publicar sus libros y convertirse en éxitos editoriales y a los que no, a los que el mármol salvaguará incólume del paso del tiempo y a los que no. Porque en este universo de palabras, los escritores son arquitectos de la memoria del tiempo, aunque sean hombres y sólo hombres como nosotros:

“Somos imperfectos, nuestro cuerpo es débil, la carne es mortal y corrompible. Pero por eso mismo aspiramos a algo que no tenga esa desgraciada precariedad: a algún género de belleza que sea perfecta, a un conocimiento que valga para siempre y para todos, a principios éticos que sean absolutos.”

Ernesto Sábato. El escritor y sus fantasmas. (1961/63)

María Victoria Diumenjo. Villa La Angostura, 11 de junio 2009.

martes, 9 de junio de 2009

Los fantasmas y yo[Cuento. Texto completo]
René Avilés Fabila

Siempre estuve acosado por el temor a los fantasmas, hasta que distraídamente pasé de una habitación a otra sin utilizar los medios comunes.
FIN
Hablaba y hablaba...[Minicuento. Texto completo]
Max Aub

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
FIN

La obra y el poeta[Minicuento. Texto completo]
R.F. Burton

El poeta hindú Tulsi Das, compuso la gesta de Hanuman y de su ejército de monos. Años después, un rey lo encarceló en una torre de piedra. En la celda se puso a meditar y de la meditación surgió Hanuman con su ejército de monos y conquistaron la ciudad e irrumpieron en la torre y lo libertaron.

FIN

Un tercero en discordia[Minicuento. Texto completo]
Robert Burton

En su Vida de Apolonio, refiere Filostrato que un mancebo de veinticinco años, Menipio Licio, encontró en el camino de Corinto a una hermosa mujer, que tomándolo de la mano, lo llevó a su casa y le dijo que era fenicia de origen y que si él se demoraba con ella, la vería bailar y cantar y que beberían un vino incomparable y que nadie estorbaría su amor. Asimismo le dijo que siendo ella placentera y hermosa, como lo era él, vivirían y morirían juntos. El mancebo, que era un filósofo, sabía moderar sus pasiones, pero no ésta del amor, y se quedó con la fenicia y por último se casaron. Entre los invitados a la boda estaba Apolonio de Tiana, que comprendió en el acto que la mujer era una serpiente, una lamia, y que su palacio y sus muebles no eran más que ilusiones. Al verse descubierta, ella se echó a llorar y le rogó a Apolonio que no revelara el secreto. Apolonio habló; ella y el palacio desaparecieron.
FIN

El sueño del Rey[Minicuento. Texto completo]
Lewis Carroll

-Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?
-Nadie lo sabe.
-Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti?
-No lo sé.
-Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si se despertara ese Rey te apagarías como una vela.
FIN
Un paciente en disminución[Cuento. Texto completo]
Macedonio Fernández

El señor Ga había sido tan asiduo, tan dócil y prolongado paciente del doctor Terapéutica que ahora ya era sólo un pie. Extirpados sucesivamente los dientes, las amígdalas, el estómago, un riñón, un pulmón, el bazo, el colon, ahora llegaba el valet del señor Ga a llamar al doctor Terapéutica para que atendiera el pie del señor Ga, que lo mandaba llamar.
El doctor Terapéutica examinó detenidamente el pie y “meneando con grave modo” la cabeza resolvió:
-Hay demasiado pie, con razón se siente mal: le trazaré el corte necesario, a un cirujano.
FIN

Amenazas[Minicuento. Texto completo]
William Ospina
-Te devoraré -dijo la pantera.
-Peor para ti -dijo la espada.
FIN

jueves, 28 de mayo de 2009

Esto sí que es fantástico...

FINAL DE CUENTO FANTASTICO
—¡Qué extraño! —dijo la muchacha, avanzando cautelosamente—. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó al hablar, y se cerró de un golpe.
—¡Dios mío! —dijo el hombre—. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos ha encerrado a los dos!
—A los dos no. A uno solo —dijo la muchacha. Pasó a través de la puerta y desapareció.

I. A. Ireland, Visitations (1919). En: Borges, Jorge Luis; Bioy Casares, Adolfo y Ocampo, Silvina. Antología de la literatura fantástica. Buenos Aires, De Bolsillo. p. 195

UN CREYENTE
Al caer de la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo: -Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas? -Yo no- respondió el otro- ¿Y usted?- Yo sí- dijo el primero y desapareció.

George Loring Frost. Memorabilia ( 1928). En: Borges, Jorge Luis; Bioy Casares, Adolfo y Ocampo, Silvina. Antología de la literatura fantástica. Buenos Aires, De Bolsillo. p. 176.

TWICE TOLD TALE
Perseguido por la banda de terroristas Malcolm corrió y corrió por las calles de esa ciudad extraña. Eran casi las doce de la noche. Ya sin aliento se metió en una casa abandonada. Cuando sus ojos se acostumbraron la oscuridad vio, en un rincón, a muchacho todo asustado.
-¿A usted también lo persiguen?
-Sí -dijo el rnuchacho.
-Venga, Están cerca. Vamos a escondernos. En esta maldita casa tiene que haber un desván... Venga.

Ambos avanzaron, subieron unas escaleras y entraron en un altillo.
-Espeluznante, ¿no? -rnurrnuró el muchacho, Y con un pie empujó la puerta. El cerrojo, al cerrarse sonó con un clic exacto, limpio y vibrante.
- Ay, no debió cerrarla! Ábrala de una vez. ¿Cómo vamos a oírlos, si vienen?

El muchacho no se rnovió.
Malcolm, entonces, quiso abrir la puerta, pero no tenía picaporte. El cierre, por dentro, era hermético.
-¡Dios mío! Nos hemos quedado encerrados.
-¿Nos? -dijo el muchacho-. Los dos, no; solamente uno

Y Malcolm vio cómo el muchacho atravesaba la pared y desaparecía.

Enrique Anderson Imbert. En el telar del tiempo. Buenos Aires, Corregidor, 1985.

martes, 5 de mayo de 2009

TODOS POR BENEDETTI

Vamos a seguir nombrando tu poesía como pide Saramago, para acompañarte y conjurar las ganas de que sigas aquí.

Buscando al azar en Inventario uno, el poeta nos dice:

PREGUNTAS AL AZAR
¿Dónde está mi país?
¿junto al río o al borde la noche?
¿en un pasado del que no hay que hablar
o en el mejor de los agüeros?
¿dónde?
¿en la desolación de la memoria?
¿en el otoño de la gracia
o en el oasis de los quietos?
¿en los ahora libres calabozos
o en las celdas de fantasmas asiduos?
¿dónde está mi país?
¿en las manos abiertas y aprendices
o en los muñones del remordimiento?
¿simplemente en el sur?
¿en qué pronóstico o escape?
¿en qué repliegue del dolor?
¿lo llevo acaso en mí?
¿me espera en sueños?
¿en qué sueños?
¿dónde está mi país?
¿debajo de qué nube?
¿sobre cuántos despojos?
¿metido en qué fragores?
¿lindante con qué alivios?
¿rostro en qué piedra o ciénaga?
¿crepitando de enigmas?
¿incontable de amores?
¿asceta de qué triunfo?
¿pulso de qué candombe?
¿postergado en qué olvido?
¿dónde está mi país?
¿seré sordo a su viejo cuchicheo
o ciego ante el tizón de sus crepúsculos?
¿dónde está o estará?
¿en qué rincón o pedacito
de miedo poco ilustre?
¿en qué grito o clarín?
¿en qué alma o almario?
¿dónde ?
¿en la atroz misericordia
o en la plena sustancia?
¿en qué muralla o huerto?
¿en qué alcurnia o tinglado?
¿en qué tango o campana?
¿dónde?
¿no cesaré jamás de preguntarlo?
¿nunca vendrá a mi encuentro?
y si viene
¿con quién?
¿dónde está mi país?
¿en qué destino o alucinación?
¿en qué nido de hornero?
¿o de víbora?
¿o de ángeles?
¿en qué altivez de faro tenue?
¿dónde?
¿en la frontera del teléfono?
¿en la parcela de la suspicacia?
¿socio de la quimera?
¿partido en dos?
¿o en tres?
¿callado?
¿dulce ya de alaridos?
¿extenuado de tránsitos?
¿dónde está mi país?
¿en el invierno?
¿en la casi agobiante
tensión de la esperanza?
¿en la alegre pesquisa de los niños?
¿en el clavel de la anmistía?
¿en las deudas de gulliver?
¿en las huellas del pánico?
¿está en los que no están?
¿en el montón de penuria?
¿en los umbrales y fogones?
¿en el incandescente laconismo de ibero?
¿en la muerte incurable de zelmar?
¿en el enjambre que irrumpió en la calle?
¿en el felón impune?
¿dónde?
¿en el pan que amanece
pese a todo?
¿en la bondad endémica?
¿en el regreso de los nietos pródigos?
¿en los que vienen a morir en casa?
¿en los que nacen desvalidamente?
¿dónde?
¿dónde está mi país?
¿será que estuvo
está conmigo?
¿qué viene y va conmigo?
¿que al fin llega conmigo
a mi país?

Preguntas al azar. En: Inventario uno. Poesía completa (1950- 1985). Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2001

FELIZ CUMPLE, JUAN!

Juan Gelman, Buenos Aires- 3 de mayo de 1930
Gracias por estar entre nosotros y enseñarnos tu don de gente.

PODERES
como una hierba como un niño como un pajarito nace
la poesía en estos tiempos en medio
de los soberbios los tristes los arrepentidos
nace

¿puede nacer al pie de los sentenciados por el poder
al pie de los torturados los fusilados de por acá nace?
¿al pie de traiciones miedo pobreza
la poesía nace?

puede nacer al pie de los sentenciados por el poder
al pie de los torturados los fusilados de por acá nace
al pie de traiciones miedos pobreza
la poesía nace

tal vez no haya perdón para los soberbios para los tristes
para los arrepentidos
tal vez no haya perdón para los carniceros zapateros
panaderos
tal vez para nadie haya perdón
tal vez todos estén condenados a vivir

como una hierba como un niño como un pajarito nace
la poesía la torturan
y nace la sentencian y nace la fusilan
y nace la calor la cantora

Relaciones (Buenos Aires, 1971- 1973). En: de palabra. Madrid, Visor Libros, 2002.

jueves, 30 de abril de 2009

Traducción imaginaria

Juan es un chico muy enamoradizo. ¡Claro, tiene 14 años! Y, además, es muy curioso y creativo. Encontró un poema muy original que le gustaría regalarle a la chica de la que se ha enamorado, para sorprenderla e impresionarla. Pero tiene un gran problema, no sabe cómo hacer para “traducirla”, para que a su chica le guste. ¿Pueden ayudarlo?

Ator, ator...
Ator, ator mutil etxera
Gaztaña zimelak jatera
Gabon gaba ospatutzeco
Aitaren ta amaren onduan
Ikusiko dek Aita bareska
Ama be poz atzegiñez
Era gi jok mutil
Aureko dambolina ori
Gazteñac ere artian
Gazteñac ere artian
Txipli txapla plum
Gabon gaba posik igaro daigun.
(poema tradicional en euskera)